La Isla Kitchener, reducto vegetal en Asuán
Seguimos, dentro de nuestra serie de post sobre Asuán, descubriendo maravillas naturales de las muchas que esconde el Nilo a su paso por ciudad que nos ocupa a lo largo de estos últimos días. Hoy viaje apasionante por algunos de los rincones más bellos de Egipto, que hoy llega hasta la isla botánica de Kitchener, convertida en 1928 en jardín botánico por Lord Horacio Kitchener.
Este amante de la flora, hizo traer especies vegetales desde oriente, India y África hasta el peñote. Gracias a él y a su pasión vegetal, hoy en la isla se puede disfrutar de una abundante variedad de plantas e incluso de muchas especies de aves. Un paraíso de flores, plantas y especies de vegetales de todo tipo que aún se conservan.
Esta isla pequeña de forma oval, si nos remontamos a su pasado, fue un regalo al general Kitchener (allá por 1890) como recompensa por haber llevado al ejercito egipcio a la victoria en la campaña de Sudán. La isla, de menos de siete hectáreas, es perfecta para pasear y descansar, gracias a la atmósfera de paz y tranquilidad que en ella se respira. Ideal para la contemplación, la inspiración y para desestresar a cualquiera.
La isla, un punto que no podemos perdernos si pasamos por Asuan (la mayoría de cruceros empiezan o acaban allí su viaje), no se ve desde la ciudad, pero se puede llegar a ella en lancha o ferry. Para los turistas que cada año pasan por allí, de todas formas, lo más típico es alquilar un paseo en faluca (barcas de vela que utilizaban ya antaño los egipcios para navegar y transportar río arriba suministros) por el Nilo y visitar de paso la isla Elefantina (que está prácticamente al lado) y la de Kitchener, las dos en una tarde en la que el paisaje y el clima es muy agradecido. Estos paseos en faluca se pueden alquilar desde el embarcadero de la ciudad o través de la propia agencia de viajes o mayorista con el que preparas tu escapada.
Pero no todos los que allí se citan son turistas. Es particularmente popular entre la gente y los ciudadanos locales, quedar en esta isla como punto para hacer comidas campestres en el fin de semana o para una tarde reservada lejos del ruido de la ciudad. Formas distintas, las del visitante y las del habitante de toda la vida, de disfrutar de un mismo lugar.

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